En recuerdo del Hermano
Rufino Sagredo (1899 - 1991)
El Hermano Rufino quedó
muy sorprendido al recibir la visita de un grupito de jóvenes profesores de instituto que
querían conocer “muchas plantas de Almería”. Su sentido práctico hizo que, tras
manifestar su abierta disposición, empezara por anotar los teléfonos de quienes
tenían coche para iniciar cuanto antes las excursiones.
Al poco tiempo se
pensó en plasmar la tarea que se iba haciendo con el Hermano en unos cuadernos
supervisados por él, que se pondrían a disposición de todos aquellos
interesados que, por tener destinos laborales alejados o inconvenientes de otro
tipo, no asistían a las excursiones que programaba.
Por entonces, año
1980, se inició la realización de los modestísimos cuadernos del Atlas básico de la flora almeriense y,
según lo acordado, antes de llevar los papeles a la imprenta y encargar las
duplicaciones fotográficas, el Hermano debía supervisar todo el material.
Días después de la
primera publicación, en la nota de prensa redactada al efecto, se incluyó un
párrafo final para reflejar la actitud tan positiva que el maestro transmitía a
sus ocasionales discípulos: “Cabe dejar constancia del enorme entusiasmo
mostrado por Rufino Sagredo cuando se le propuso participar en esta serie de
divulgación sobre botánica almeriense” (La Voz de Almería, 8 de enero de 1981).
Respecto a las
fotografías, aún recuerdo la frase que solía pronunciar el Hermano en las
sesiones de proyección de diapositivas, para seleccionarlas, cuando alguna
resultaba casi irreconocible: “Amigo, yo sí sé la planta que es, pero me parece que
nadie más podría reconocerla”. Aunque también es cierto que, en contadas
ocasiones, felicitaba al fotógrafo por la instantánea conseguida (*).
La tecnología digital
ha supuesto tal salto de calidad, que deja a ras de suelo aquellas fotos que el
Hermano consideraba como buenas. Su fallecimiento, en diciembre de 1991, hace
imposible, obviamente, que pueda ver las espléndidas fotografías que ilustran Joyas botánicas de Almería, pero, si
existiera el túnel del tiempo, me
gustaría que ello fuera posible.
Vaya, pues, este
recuerdo para el autor de Flora de Almería (1987), ante cuya ausencia me tomo la licencia de
considerar a los hermanos Francisco y José Luis Aguilera Pallarés, también
Hermanos de La Salle, como destinatarios y depositarios de dicho recuerdo.
José Miguel García
(*) Todas las fotos
originales de los 5 cuadernos en:
Miscelánea sobre el Hermano Rufino
El último botánico del siglo XIX
A
mediados de los años ochenta del pasado siglo, en un febrero soleado
-almeriense-, caminábamos unos cuantos tras el Hermano Rufino Sagredo en una excursión
botánica organizada como colofón de unas conferencias en La Salle. Estábamos en
la Urbanización de Roquetas y, en ese momento, nos daba el nombre de la planta
que llenaba las cunetas: Reichardia tingitana.
Fue entonces cuando una turista intrigada por la presencia de aquel grupo con
intereses tan extraños, me preguntó que quién era ese señor y le
respondí que el último botánico del siglo
XIX.
La
turista quedó algo confundida con esa información, aunque hoy cambiaría
botánico por naturalista, pero esa es la impresión que siempre me ha causado. Por
su curiosidad entusiasta en todas las disciplinas de la naturaleza, sus
infatigables recorridos por la provincia entera (al modo de Humboldt, salvando las distancias de territorios,
medios materiales y de formación, siendo famosa la anécdota de agotar hasta dejarlo inservible el Land Rover de la Estación Experimental
de Zonas Áridas de Almería), su comportamiento algo ingenuamente extravagante (recuerdo
que me explicaba su programa gimnástico para mantenerse ágil a los ochenta años
haciendo movimientos en el asiento del ligero Seat Panda en el que viajábamos por
las cerradas curvas de Enix, contagiando al vehículo su tarantela).
En
una ocasión le mostraron dónde había, por el Cabo de Gata, un fósil entero de
una ballena pequeña, del Plioceno; enseguida se presentó allí con una tropa de
alumnos de La Salle para desenterrarlo, y su publicación le valió una
invitación (costeada,
precisó) de tres meses para dar conferencias por los Estados Unidos y Méjico,
que recordaba con nostalgia y que le facilitó el contacto permanente con
naturalistas americanos.
También tenía correspondencia
(eso significa, lo digo para los modernos, cartas hológrafas) con entomólogos,
paleontólogos y, sobre todo, botánicos europeos, a los que conocía porque al
buscar ellos un guía en Almería para encontrar la mariposa Parnassius apollo, el molusco fósil Strombus bubonius o la crucífera endémica Euzomodendron bourgaeanum, pongo por caso, él era siempre el recomendado
para la tarea.
Sabía
francés bien, pues estuvo algún
tiempo como docente en un colegio de La Salle en Suiza (donde aprendió entomología), y su otro idioma "extranjero" era el latín, pues no en vano sus estudios universitarios fueron de
"filosofía y letras", como se decía antes. Algunas descripciones de
nuevas especies o subespecies que
dio Pallarés fueron puestas en latín (lo que es obligado para ser
válidas) por el Hermano Rufino.
Para
mí supuso empezar a conocer la flora de Almería por sus nombres científicos,
pues por entonces el único libro útil accesible al profano era el
Bonnier, que se titulaba algo así como Claves para clasificar
plantas en Francia, Suiza y países limítrofes (*), una flora con pocas
afinidades con la de nuestra provincia, y las excursiones que hacíamos José
Miguel García Torres y yo con el Hno. Rufino por esas sierras me sirvieron para
conocer el nombre y la localización de todas esas plantas que ya he casi olvidado
y, sobre todo, para disfrutar de la Naturaleza (que no he olvidado).
Pedro
Soria Estevan
Diciembre
de 2007
(*) Flore complète portative de la FRANCE de la Suisse et de
la Belgique.
|